Un real desaparecido

PAOLA Daniel


Una generación de argentinos sucumbió durante la dictadura militar que ensombreció al país durante la decada de los 70 y principios de los 80. En un proceso que pasó a recordarse tristemente como "guerra sucia", desaparecieron alrededor de 30.000 personas. Aquellos que eran secuestrados y despues torturados hasta la muerte, recibieron el nombre de Desaparecidos.

Es intención de este trabajo, presentar una hipótesis sobre alguna consecuencia en el psicoanálisis, acerca del efecto traumático que ha producido en la subjetividad y en el lazo social de algunos entre los que me cuento, el hecho de convivir con una historia que tiene a la desaparición como punto complicado de elaborar. Esa consecuencia determinó para mí, una de las aristas que hacía del análisis algo interminable.

La introducción de la letra de J.Lacan en la Argentina, comienza a difundirse durante ese período político nefasto. Más allá del reconocimiento a los psicoanalistas que lo comenzaron a traducir y que viajaron expresamente para entrevistarlo y anunciarle de una existencia naciente, no hubo presencia real de J.Lacan entre nosotros y su letra cobra valor en ausencia. Vale decir que cobra importancia una dirección de la cura que propone la subversión del sujeto en función de su ser de lenguaje, en ausencia del analista que la sostiene en acto.

No se cuenta con lo real de la transferencia que es soporte de la transmisión psicoanalítica por parte de quien introduce al inconsciente como estructura en un retorno a Freud. Esto determina una ventaja y una carencia en el imaginario, que hace peso en el agujero de lo simbólico y una complicación en el axioma de lo simbólico que jamas podrá recubrir lo real.

La ventaja a la que me refiero es el impacto de la instancia de la letra, por una lectura directa en los musgos del muro. De esta manera quien encarna al Maestro como tal, no tarda mucho en caer, ya que la letra no es de su autoría, sino que se lee en los Escritos y en los Seminarios de J.Lacan.

La carencia a la que me refiero, resulta de la inexistencia del Uno en la transmisión del psicoanálisis, con lo cual la serie de los analistas que existen y a quienes reconozco, no se sustenta del Uno como excepción. La ausencia física de J.Lacan en la transmisión, plantea una insuficiencia de la garantía de orden respecto al goce falico, su ausencia no alcanza a plantear "no es eso", "el sistema es otro", "no hace falta mi presencia como la de Menón reclamando a Gorgias".

En algún punto la cuestión del padre en cuanto a la transmisión del psicoanálisis, no hace peso porque su imaginarización no encuentra del todo la inhibición como nominación, en tanto si solo se lee no existe la ley más que del lado del lector pero no se ejerce por la enunciación del autor.

Según el psicoanálisis por el que he transitado de acuerdo a las marcas que me tocan, en Argentina su transmisión estuvo determinada por esa carencia en el Uno de excepción y la consecuencia fue una original desarticulación entre goce fálico e inconsciente que dificultó la posibilidad del semblante.

Todo trámite de las identificaciones edípicas requieren del analista no solo una lectura a la letra, sino tambien una transmisión del alcance del goce fálico como lo que no podría ser si fuese ese. En este país la ausencia implicó por una decada, la asociación directa a la desaparición física desprovista del recurso de la ley. En la cuestión de Desaparecidos no podemos decir sino "es eso" y allí se estanca la progresión del goce fálico.

Diría que el axioma lacaniano que signa a la letra como litoral entre saber y goce no debe desatender al goce una vez que ha sido suspendido por la escansión de la letra. Con esto me refiero tanto al goce que se suspende y que debe ser enterrado como se hace con el cadaver, como con el que se instala si aceptamos que el goce fálico es ineludible.

Si el goce no se puede enterrar a la manera de la suspensión, se eterniza una falta de ley porque no se encuentra al analista como partenaire testigo del dolor de existir, respecto al punto crucial de la desaparición y su implicancia traumática. Podría decir que el concepto de desubjetivación lacaniano se superpuso con la desaparición y que mi dificultad en soportar la caída del ser radicó en esa superposición traumática. Vale decir: si ya es toda una cuestión el atravesamiento del fantasma, en Argentina hay que sumarle las consecuencias en lo discursivo producidas por lo intramitable en lo social de la desaparición, más allá que en algunos se pueda hacer síntoma con ello por haberlo padecido o visto padecer.

El riesgo de este exceso simbólico puede ser una deriva interminable por una letra que aunque haga irrupción, no encuentre la dimensión de la pulsión en el trato de la vida hacia la muerte.

Si la máxima gorgiana enuncia que si algo existe y es pensable entonces no es comunicable, el dolor surge para el psicoanalista a diferencia de un sofista como lo central de su trámite imposible frente a la subjetividad entre significantes respecto a la existencia. El dolor del psicoanalista puede que no se comunique en el lazo social de escritura a través del síntoma, porque se encuentra identificado a la desaparición misma.

Si los analistas aceptamos en forma rápida que lo simbólico no cubre lo real, encontramos una complicación. Porque esto puede ser entendido como una resignación que implicaría un real inalcanzable como todo, en lugar del toque de lo real por lo simbólico como señal de que a ningún sujeto le corresponde un real común.

Puede ser que exista la creencia de que una vez abordado todo el inconsciente, si lo simbólico no cubre lo real, el punto de llegada sea una nada, como tabla rasa, donde se supone un stop al dolor de la existencia y un happy end. Es dolor tomar lo real que nos corresponde a cada uno en la estructura y si se soslaya ese dolor todo entra en la cuerda de lo simbólico, de una manera diría siempre falsa, sin verdad.

El efecto de la función del lenguaje es el rasgo unario. Este traumatismo marca la elisión del ser del campo del Uno. Es decir que "yo soy" es posible en la medida que el campo del Uno quede elidido. Si hay una suerte de fusión entre el ser y el Uno porque falla la elisión provocada por la ley que marca la excepción que propone ese Uno, entonces nos encontramos en un territorio donde todo el ser podría advenir inconsciente porque el Uno remite al significante. En ese camino todo podría ser inconsciente soslayando que real e inconsciente no son equivalentes y se podría llegar a teorías delirantes del inconciente que incluyan paraísos o creencias que anulan la barrera epistemo-somática.

En resumen podría argumentar que lo interminable para mí del análisis no estuvo librado de una historia signada por un lenguaje oficial y aun con efectos en Argentina, que negó el síntoma que podría suscitarse por el efecto traumático de la desaparición. No se trata unicamente de la denuncia de los hechos, denuncia sostenida en acto por muchos de los analistas de la serie de mi reconocimiento. Se trata de las consecuencias de una violencia del lenguaje que instala un discurso que niega derecho al síntoma, más alla incluso de la posición del analista.

El deseo del analista no debe desaparecer frente a lo brutal de una marca de lenguaje que impuso la dictadura, borrando toda posibilidad de sintomatización en determinado lugar, por efectuar una desparición real de los cuerpos. La marca del lenguaje no es solo simbólica, como se instituyó de entrada en la transmisión lacaniana en Argentina.

Daniel Paola.