Que lo inaudito
no se vuelva inaudible(*)

LEYACK Patricia


"Antes de esto, decíamos, está bien, tenemos enemigos. Es perfectamente natural. ¿ Por qué no habríamos de tenerlos ? Lo de ahora era distinto. Era verdaderamente como si se hubiera abierto un abismo ... Esto no debería haber pasado. Y no me refiero sólo al número de las víctimas. Me refiero al método, la fabricación de cadáveres y todo lo demás. Esto no tenía que haber pasado".
Tomo estas palabras de Hannah Arendt (1) sobre la Shoah, en cuya enunciación se deja oír el efecto de escándalo subjetivo, para situar el exterminio nazi como "acontecimiento", en el sentido de hecho fundante. Hay en la historia un antes y un después de Auschwitz. "Lo peor ya sucedió", así titula Santiago Kovadloff un ensayo suyo sobre el tema (2). Que lo peor haya entrado en el terreno de lo posible abre la cuestión de su repetición. Lo repetible del nazismo es su "ciencia", sus "métodos": la Dictadura argentina es un ejemplo.
El inquietante surco que inicia Auschwitz es el de una figuración posible de Tánatos, bajo la forma de una pulsión destructiva, de un odio que se aboca a hacer desaparecer su objeto, usando para ello fríos dispositivos técnicos.
En el nazismo la biopolítica se realiza como tanatopolítica. El ideal de raza aria germánica pura que sostiene la "limpieza étnica" llevada a cabo, se fue gestando a lo largo de la historia alemana en una espiral ascendente: segregación, asimilación, eliminación. El paso a la eliminación es, tanto en términos vulgares como científicos, una catástrofe, en su doble vertiente de disrupción y de derrumbe. Más aún : una catástrofe de la ética. Un límite se ha atravesado y esto circunscribe un núcleo de opacidad "incurable" (Cf. Primo Levi).
El antisemita "construye" su judío, decía Sartre.(3)
Entre el nazi y su objeto odiado no hay terceridad: la situación se configura de forma tal que una lógica binaria reemplaza por regresión a la lógica ternaria, universo simbólicamente regulado en el que nos movemos. Se trata en el nazismo del Uno y el objeto a eliminar. Y de un Uno sin Otro, precondición para que el sujeto quede arrasado y se pueda proceder a su eliminación final. Como sostén de esta lógica, la unción del leader carismático, cuyas palabras son órdenes no cuestionables, en el lugar del Amo absoluto y el concomitante funcionamiento en masa del pueblo.
Ya Freud había señalado la cancelación de una función subjetiva en el funcionamiento en masa. Punto en el que la alerta debe ser permanente. Es en esta dirección que Alain Didier Weill (4) advierte sobre el peligro del entusiasmo estupidizante de los totalitarismos, cuyo efecto es una continuada sideración del sujeto, una abdicación de todo pensamiento discriminante, como la suscitada por el significante "Führer".
El primer paso en dirección al exterminio es una operatoria sobre el lenguaje: el nazismo disimula, es más, elide lo aberrante con eufemismos. "El eufemismo se convirtió en la figura retórica por excelencia: "sabandijas", "piojos","cucarachas" pasan a nombrar a los judíos; "solución final", al exterminio de millones"(5). La función filiatoria de la lengua queda suspendida con el eufemismo. Y de éste a la literalización de los significantes, el nazismo puede operar sobre el judío que su odio "construye" como sobre parásitos, basura, restos a eliminar.
Es en esta línea que Sneh y Cosaka avanzan una tesis: "El nazismo en tanto gramática del exterminio, no es un discurso. Es un exterminio del discurso, una radical y auténtica cancelación del inconciente"(6). Partiendo de esta operación sobre el lenguaje, de este simbólico devenido pleno, que no registra limite de lo Real, el nazismo produce una nadificación del sujeto para poder operar sobre él. Nadificación que el sujeto experimenta como anonadamiento. La realización extrema del par nadificación-anonadamiento es el "musulmán", "(...) apelativo con el que los propios compañeros designaban al habitante de los campos de concentración a quien el horror, el miedo y la humillación habían privado de toda humanidad", en palabras de Agamben(7), de toda intrincación subjetiva. El asesinato de "la metáfora del sujeto", como quiere R. Lévy (8)es, en el "musulmán", obra consumada.
En este ascenso delirante hacia la desaparición en tres pasos: nadificación, muerte real a escala industrial y eliminación de los restos, que inventó el nazismo, hubo, sin embargo, un error de la maquinaria: el sobreviviente y su testimonio.
Primo Levi, testigo paradigmático, hizo del testimonio militancia. Es tal la capilaridad radiográfica de sus testimonios escritos que es necesario, por momentos, interrumpir su lectura para velar el horror : no nos da tregua. Su palabra consigue transmitir ese "malestar incesante" que lo acosaba en el campo y que lo siguió acosando en su vida posterior hasta su suicidio. La responsabilidad de testimoniar es en Primo Levi una negativa, una oposición en acto al arrasamiento subjetivo que la maquinaria de la muerte pretendió instalar. Casi diríamos que es esta decisión de testimoniar lo que lo mantuvo vivo durante la experiencia en el campo.
Primo Levi comenzó a dar y escribir sus testimonios casi compulsivamente ni bien salió del campo. Jorge Semprún (9) debió dejar pasar quince años, a lo largo de los cuales Eros veló ese real desanudado de la "situación extrema" (Cf. Winnicott) y cuando "pudo hablar" lo hizo desde una zona intermedia entre ficción y testimonio, ese desfiladero que hace estallar la polaridad verdadero/falso, diciendo siempre un poco más y no terminando aún de decir.
Fenómenos psicosomáticos son aquellos en los que un goce del Otro resulta tan inasimilable que deja al sujeto fuera de juego. Al no poder ser interpelado por el sujeto, ese goce se fija directamente en el cuerpo.
Sneh y Cosaka ubican el nazismo como fenómeno en el sentido en que paralelamente a lo antes descripto para el fenómeno psicosomático, se presenta un goce arrasador, sostenido por una voluntad por fuera de la castración que opera, a su vez, sobre una masa de cuerpos a los que se les ha sustraído su condición de sujetos.
Hacer que el fenómeno, como lo que queda por fuera de la inscripción, vire a trauma y pueda, en sucesivas vueltas, ser ligado, aún sabiendo que quedará siempre algo no susceptible de ser recubierto por lo simbólico, es la tarea(*). Haber podido mantenerse sujetos, del lado de los sobrevivientes. Pensar -valga la paradoja- lo impensable, por lo menos cercar sus coordena-

(*) -¨¿Qué hacer con el recuerdo del olor a carne quemada?¨- se preguntaba Semprún.
das; hacer entonces que lo inaudito no se congele en un inaudible, de nuestro lado.
No es otra nuestra forma de operar sobre el discurso de un analizante con fenómenos psicosomáticos cuando apostamos al sujeto, al sujeto del Inconsciente que quedó salteado en el fenómeno, y recortamos, aquí o allá, una letra que aspira el goce.

 

(1) - En una entrevista a Günther Grass, 1964. Citado por G. Agamben, in "Lo que queda de Auschwitz".
(2) - Libro en preparación.
(3) - Jean-Paul Sartre, "Reflexiones sobre la cuestión judía" - Edit. Sur, Buenos Aires, 1960.
(4) - Alain Didier Weill, "Los tres tiempos de la ley" - Buenos Aires, Homo Sapiens.
(5) - David Kreszes en "Filiación y juridicidad de la lengua"/ Revista Redes de la Letra Nº 7.
(6) - Perla Sneh y Juan Carlos Cosaka, "La Shoah en el siglo / Del lenguaje del exterminio al exterminio del discurso" - Xavier Bóveda Edic., Buenos Aires, 1999.
(7) - Giorgio Agamben, "Lo que queda de Auschwitz / El archivo y el testigo - Homo Sacer III" / Edit. Pre- textos, Valencia, 2000.

(8) - Robert Lévy, "Un deseo contrariado", Edic. Kliné, Buenos Aires, 1998.

(9) - Jorge Semprún, "La escritura o la vida", Edit. Tusquets, Barcelona, 1995.