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EFICACIA DEL PSICOANALISIS ENTRE LO SEXUAL Y LO SOCIAL
LEVIN Hugo
Si hay algo que distingue la práctica del psicoanálisis
en la sociedad, es la presencia del psicoanalista, como presencia real
de alguien que se dispone a llevar a cabo la tarea. En la actualidad se
le pide que responda por cuestiones de "salud mental", tornando
difuso los límites con la actividad médica, y a veces mezclando
ambos saberes.
El sufrimiento es considerado un padecer corporal con un componente "psiquico"
sobreagregado. Al analista se le pide que desagregue este exceso, dejando
el terreno libre para la curación médica.
Para la medicina las enfermedades son el nombre que reciben los diferentes
padecimientos, cosa necesaria para la formulación de un diagnóstico
correcto y su ulterior tratamiento.
El problema surge cuando fracasa la curación médica. Esto
obedece en muchos casos a que el paciente se resiste a dejar su lugar
de enfermo.
Este fracaso, es el punto de partida de las terapias alternativas, que
siempre lo son de la medicina, desde las técnicas orientales más
esotéricas, pasando por las "ciencias ocultas", hasta
la incorporación de la informática y sus productos, sin
excluir las que incorporan conocimientos de psicología. Las así
llamadas anorexia, bulimia, obesidad, enfermedades psicosomáticas,
son formas de nombrar que intentan crear nuevas cosas sobre las que puedan
actuar operadores específicos, -un remedo degradado de los especialistas
médicos-, dentro del campo gobernado por la medicina, y por ciertas
prácticas "psi", que llevan a una experimentación
de los individuos como las ratas en el laboratorio, haciendo coincidir
al ser con el cuerpo, con exclusión del sujeto que habla.
Existe en la sociedad un espacio para el tratamiento del sufrimiento y
otro ocupado por ciertas prácticas socio-terapéuticas que
tendrían que ver con la sexualidad. Una de ellas es la educación
sexual, dedicada a la enseñanza y difusión de conocimientos
que mejorarían la vida de las personas, en la medida en que "saber
más" sobre el sexo, los colocaría en una posición
de acceder a un goce vedado para otros. Se supone que la ignorancia produce
insatisfacción y ésta da lugar a los síntomas.
Con el mismo supuesto en el ámbito médico- psicológico
se desarrolla una sexología y sus correspondientes terapias sexológicas,
como complemento de las fallas de la educación. Sin entrar a discutir
su eficacia, se puede escuchar que este tipo de prácticas "mejorarían
la salud de la población", afirmación que responde
a ideales de progreso exigidos por el mundo actual. Sus efectos, cuando
los hay, se sostienen rudimentariamente en la sugestión que ejerce
quien se ubica en el lugar del ideal.
Hoy se trata del personaje médico, al que hay que distinguir del
profesional médico, indispensable para la atención de la
salud y el avance de la investigación. Sucede a veces que el personaje
recae sobre un profesional en actividad y puede ocurrir, por ejemplo,
como hace un tiempo, un suceso transmitido por un noticiero de televisión,
durante varios días.
Se trataba de un jubilado que se había encadenado a un árbol
en Plaza de Mayo para protestar por su situación. Las cámaras
de TV lo habían convertido en héroe, mostrándolo
acosado por la policía y mostrando a ésta impotente para
resolver el problema. Finalmente lo desencadenan no sin antes mostrar
ciertas escenas de violencia con la gente que se congregaba en el lugar,
y lo trasladan en ambulancia a un hospital.
Luego de un corte publicitario, aparece en primer plano el director del
hospital, sentado en su despacho, quien con su impecable uniforme blanco
dice ante las cámaras. "el enfermo se niega a ser revisado",
en un sosegado tono pleno de autoridad.
Se había resuelto el problema; ese individuo injustamente perseguido,
víctima de su condición, imposible de convencer ni reducir,
y que alcanzaba a decir algunas cosas molestas por televisión,
es silenciado absolutamente al ser trasladado a la categoría de
enfermo donde no tiene nada que decir.
Lo sexualizado en la escena, en parte pasa por la obscenidad en la exhibición
de cierta violencia, incluida la escena final donde sutilmente se sugiere
con la imagen algo de lo impecable, o sea sin pecado, del personaje que
pone orden.
El psicoanálisis también se ocupa de la sexualidad, pero
desde el punto de vista que le es propio, el del deseo. Ante esto no hay
"alternativas".
El analista responde alejándose del ideal, dado que su propia experiencia
de análisis imprescindible para su formación, lo conduce
a saber que no es indispensable.
El compromiso que asume con el sujeto que sufre, lo lleva a no ubicarse
como ajeno a quien nada le llega. Esto le exige mantener un pensamiento
en movimiento, que además cumple otra función no menos importante
en su comprometerse, es el resguardo del descubrimiento freudiano del
inconsciente y de su realidad sexual.
El discurso psicoanalítico revela que la idea que se tiene acerca
de lo que es un hombre y una mujer, no se basa en datos de una realidad
originaria, macho y hembra nombran sólo una diferencia anátomo-fisiológica.
De otro modo, lo masculino y lo femenino es algo que se construye en la
vida de cada uno, a partir del hecho que hombre y mujer no son lo que
creen ser, sino lo que cada uno representa para el otro.
Postular la diferencia sexual como una realidad originaria, retrotrae
las cosas al texto bíblico, cuando este se toma como la verdad
sobre el origen y no como un relato. La religión nunca se llevó
bien con lo sexual, sobre todo cuando se le demandó que diera cuenta
de la relación entre la pasión y el deseo.
De todos modos, el analista no esta exento de los prejuicios sobre el
sexo, y forma parte de su compromiso un trabajo para no persistir en la
confusión. Su formación debe garantizarlo.
Al revés, la literatura y el arte dan muestras constantes de su
avance sobre los prejuicios, produciendo efectos en la sociedad, y en
otros discursos incluyendo al del psicoanálisis.
En relación con el discurso religioso la película "La
última tentación de Cristo", muestra una forma diferente
de entender aquello de la pasión y el deseo.
Otras películas como "Adiós mi concubina" y "El
juego de las lágrimas", al destacar desde diferentes enfoques
la incidencia del trasvestismo en la sexualidad, muestran los efectos
que se producen allí donde en relación con el deseo la anatomía
aparece cuestionada. A través de las vicisitudes de los personajes,
dejan ver el papel que juega la trama fantasmática en la constitución
del sujeto.
Es interesante subrayar que el trasvestismo hoy, se convierte también
en un hecho mediático y policial, es decir público, con
todas las dificultades que acarrea, no siendo menor el problema que surge
cuando se trata de ubicar el artículo gramatical correspondiente
a la palabra que nombra esta situación, problema sin solución
puesto que el lenguaje sólo dispone de dos formas para ubicar al
sexo, teniendo en cuenta que en esto no hay posibilidad de apelar a lo
neutro. Siempre el interlocutor de un trasvesti se va a turbar, ya sea
que use el artículo femenino o masculino, turbación que
revela su goce.
Por su parte el analista, opera allí donde el padecimiento del
sujeto resulta de su condición de mortal, y de su legítima
aspiración a gozar. Los síntomas son la resultante, y el
instrumento de trabajo en este campo es la palabra. Para nuestra disciplina
el cuerpo está hecho de palabras, y la propuesta es el sujeto se
apropie de ellas, como instrumento de su curación.
Para ello el analista presta su palabra, y dispone de su presencia al
implicarse de manera diferente en la escucha de lo que el otro viene a
decirle, su atención esta sostenida en esta forma de implicación.
El psicoanálisis desde su descubrimiento se ha encontrado con muchas
formas de oposición, entre ellas hay una mas persistente porque
está en la base de aquello que a partir de Freud ha sido conmovido,
y es la que proviene de una concepción médico-religiosa
que considera que enfermarse y gozar son dos formas del mal. Esta idea
hace a cada uno culpable y da lugar a tratamientos que son verdaderas
prácticas sacrificiales de exculpación, disimuladas a veces
en propuestas breves, rápidas y fáciles.
Los analistas también hemos contribuido a tornar difusos los límites
y el alcance de nuestro quehacer. Esto nos obliga a una crítica
permanente y rigurosa tanto clínica como conceptual.
En ciertos ámbitos psicoanalíticos se creyó y aún
se cree que el conjunto de rituales compuesto por el uso del diván,
los horario y los honorarios más algún detalle conexo es
lo que primordialmente sostiene una cura analítica. Esto dio lugar
a una suerte de ortopedia psíquica con sus consiguientes efectos
sugestivos que acentúan la confusión. De ahí resulta
un analista neutro más neutralizado que neutral que confunde abstinencia
con inacción, reafirmando una posición de pasividad que
puede llegar a la indolencia.
Un analista, si bien no puede prometer el bienestar ni la felicidad no
debe mostrarse prescindente, y su responsabilidad pasa por participar
activamente en el camino que emprende quien inicia un análisis.
Respecto del tiempo, se critica la extensión de los tratamientos,
y se sugiere la idea que durante el transcurso de la cura no ocurriría
nada importante en el analizante. La se trata de esperar final para curarse
sino de curarse para darlo por finalizado.
Esta inversión lógica, propone otra vía que privilegia
una manera diferente de analizar, que implica como enseña Lacan
que el síntoma es lenguaje cuya palabra debe ser liberada. El acto
analítico no es otra cosa que un acto de palabra, el acto sexual
mismo depende de los efectos de la palabra, y es así que el goce
se ordena en torno de un cuerpo, constituido más allá de
su realidad orgánica.
Esto supone una ética que no regula el pensamiento sino el acto,
que coloca al analista bajo su égida y así abstenerse cada
vez que advierta que quiere algo para su paciente, para obstaculizar aquello
que lo lleve a objetivar al sujeto.
Se trata de quitar peso al nombre de las cosas para que otros nombres
ocupen el lugar en la relación del sujeto con el mundo, como sugiere
I. Calvino, cuando afirma que "...mi operación ha consistido
las más de las veces en sustraer peso...sobre todo de quitar peso
a la estructura del relato y del lenguaje"
Hay una definición de Lacan que conlleva algo de esa levedad que
el escritor italiano nos transmite; dice "El psicoanálisis
es un sesgo práctico para sentirse mejor".
El sesgo es la diagonal cuya vía abre nuevos atajos, para atenuar
el malestar de la condición humana.
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