ENTRE EL SENTIDO Y EL NO-SENTIDO, UN PASAJE PARA LO DESEO

de FREITAS PEREZ Lucia Maria


"Tengo la impresión de que mi "Interpretación de los Sueños", publicado en 1900, produjo en mis colegas más desconciertos que esclarecimientos", observa Freud en el comienzo del sexto capítulo de su libro sobre los chistes. La novedad traída era tal, que la reacción provocada dificilmente sería otra que no fuera el desconcierto provocado por lo extraño.
El sujeto "desconcertado" es aquél que fue afectado por un acontecimiento tan sorprendente que únicamente consigue expresar su asombro en términos negativos: ''¡es inédito!", "¡es increíble!", "¡es imposible"! A continuación puede surgir un modo nuevo de desconciertos: la intensidad de la afectación subjetiva es tal que el sujeto pierde la voz quedándose sin palabras. De esta manera, el sujeto se divide entre su función receptora y su función emisora: recibe la palabra del Otro, pero no puede emitir una palabra para el Otro.
Esta modalidad, según Didier-Weill (1995), caracteriza el espanto, donde la palabra es interrumpida por un hecho súbito e imprevisto. Esa interrupción no es duradera, es transitoria, dejando solamente el recuerdo de un "blanco", de un momento en que el sujeto perdió el habla.
El desconcierto no aparece apenas en esas dos modalidades, hay una tercera propria del estupor y de la perplejidad, donde el tiempo de latencia del desconcierto deja de ser provisorio y permanece la ausencia de respuesta por parte del sujeto. Diferente de lo que sucede con el espanto donde, después de una breve interrupción, la palabra resucita; en esa tercera modalidad, efecto de la instancia del super ego, la falta de palabra produce un silencio permanente. El sujeto se rinde a lo que Lacan llamó de satisfacción del Otro. Si el espanto se define como un desconcierto transitorio y efímero, el estupor es la posición subjetiva, en la cual el sujeto imposibilitado de salir del desconcierto, no accede al esclarecimiento proprio del deseo.
Didier-Weill subraya que una palabra solamente se eleva a la dignidad de un chiste al recorrer dos tiempos lógicos muy diferentes: el tiempo del desconcierto y el tiempo del esclarecimiento. Destaca que, el desconcierto - la verbluffung - se constituye como un modo de entrar en el placer colocando el sujeto frente a una elección: permanecer en el placer, entregándose a la posición mística de una relación absoluta con la insensatez, o termina con el placer del Otro alcanzando otra forma de placer que es el tiempo del sentido inconsciente. Un tiempo de luz - la "luz" del chiste, donde aparece otra forma de placer fragmentario que no es más del orden de jouissance sino de "j'ouie-sens".
¿Qué es lo qué le permite a un sujeto pasar de un tiempo a otro saliendo del desconcierto y alcanzando la luz? ¿Qué es lo que hace que el lenguaje pueda anular el sentido del cual es portador sustituyéndolo -por un sentido insensato que abre pasaje para nuevos sentidos?
El espanto es un camino que permite un acceso al esclarecimiento. Al llamar el advenimiento de "j'ouie-sens", el mensaje desconcertante hace su escansión, interrumpiendo el placer del Otro y esperando el advenimiento de una nueva palabra, empujándonos a realizar el luto de lo ya conocido y permitiendo que surja lo desconocido. A través de la interrupción desconcertante, que interrumpe la autoridad del saber, se trasmite al sujeto la imposición paradójica de que se autorice a sí propio, su síntoma. Lo paradójico de lo significante de la verbluffung consiste en exigir trabajo de simbolización del sujeto.
El espanto es el portador del mandamiento freudiano: "Allá adonde eso estaba se vuelve" de donde se exige del analista como pasador de ese mandamiento ser apto a la función del espanto. Como bien dice Lacan en Televisión, la relación del analista con el saber debe ser la virtud de un "joven, vicioso, saber": "no es comprender, morder en el sentido, sino rasparlo al máximo posible" .
Lo que se espera de un analista es que éste actúe a partir de su deseo, de tal manera que, adonde pesaba el destino de un sentido cristalizado y fijo, la interpretación pueda por el juego del lenguaje, por el error y por la metáfora, así como por la puntuación, escansión y por el corte- las tres operaciones lógicas que constituyen la lógica del tiempo de la sesión - favorecer para que se comprenda otro sentido. La ética que mueve la acción del analista no es la de una imposición de un deseo al sujeto: la autenticidad es el deber ético del objeto de análisis, al cual el analista puede conduzirlo con su saber insensato. ¿Cómo puede manifestarse esa orientación ética en la práctica clínica?
Se un acto de maestría emite algo significativo, la interpretación analítica deshace un sentido preestablecido, deshaciendo la articulación entre los significativos, colocando el finalidad remover el equilibrio imaginario de un sentido dado, permitiendo así que lo simbólico retome su deslizamiento.
El analista encarna lo paradójico, al sustentar simultáneamente un papel activo y pasivo: pasivo porque implica la reducción del sujeto del analista al objeto causa de deseo y activo, porque el deseo del analista debe implicar la excitación del sujeto analizado como sujeto deseoso. El silencio del analista es, en ese momento, estratégico, haciéndose en la dirección del tratamiento.
La puntuación de la sesión o el corte, constituyen prácticas que producen efectos analíticos, siempre que usadas para colocación en escena del deseo del analista, introduciendo la dimensión irreductible del más alén del sentido. La puntuación llama el significativo siguiente hasta el punto en que la cadena tropieza en su borde real: hace existir lo irreductible mediante la colocación en juego de la cara real del significativo en su carácter de corte sonoro y, de ese modo actualiza, por sus efectos de despertar, la dimensión de lo real.
Un alerta: una cosa es puntuar el habla del paciente, otra es explotar la primera homonimia significativa para provocar la conclusión de la sesión, atendiendo así a intereses y conveniencias del analista. En ese sentido, la suspensión de la sesión puede estar, tanto del lado del espanto y del despertar, como puede llevar al estupor, sirviendo como un instrumento a más para silenciar el sujeto.
A mi ver, el uso excesivo del corte, característico de la prevista minimización de las sesiones, se debe muchas veces, a aspectos de resistencia del analista. Pienso que si en la época de Freud, algunos analistas pecaron por precipitarse en un exceso de sentido, manifiesto en las "interpretaciones selvajes"; hoy, pecan por el exceso de falta de sentido de sus intervenciones, provocando un efecto de "estupor".
Algunos analistas parecen olvidarse que la precipitación necesaria para un cambio subjetivo debe partir del sujeto analisado, cabiéndole al analista, en la condición de objeto, soportar el tiempo necesario para que el análisis se desarrolle y que el sujeto se mueva a partir de su deseo, construyendo un trayecto único.
Esos efectos se agravan todavía más en la formación de jóvenes analistas que "hipnóticamente" adhieren de manera alienada a prácticas miméticas marcadas por rituales que se aproximan mucho del discurso religioso.
¿Qué vino a posteriori? ¿Esclarecimiento o desconcierto? Si hay luz, hubo pasaje por un suave desconcierto. Tal pasaje por el desconcierto,necesario e imprescindible para que surja la luz del sentido, implica uma travesía interna, a través de la cual el sujeto consigue, a su tiempo, librarse del desconcierto y aclararse.


Miembro del Cuerpo Freudiano del Rio de Janeiro Escuela de Sicoanálisis.