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SOBRE LAS FORMAS DEL UNO Y LALENGUA
FRANCO Alberto
Surgido en el contexto del Seminario 19 y en las charlas sobre 'El saber
del analista', el hay de lo Uno intenta circunscribir un campo, absolutamente
novedoso en la doctrina, determinado por un significante totalmente solo
que opera cortándose del orden de sucesión propio de la
cadena. Se dice, del hay de lo Uno, que es lo que surge, de modo súbito
e inanticipable, en el campo de lo indeterminado y no necesita de ninguna
predicación para existir. Por su condición de solo no hace
serie ni tiene relación con Otro. Es, además, carente de
bedeutung de modo que, no teniendo referente ni par, queda abierto a todos
los sentidos posibles.
Es necesario señalar el hecho de que la suposición de existencia
de un significante que no necesita predicación hace necesario concebir
un campo, en un todo original, cuyo sostén no estaría del
lado del gran Otro. La legalidad de este campo debería ser considerada,
además, por fuera de la ordinaria de lo inconsciente que está
determinada por la metáfora y la metonimia.
Ahora bien, en el planteo que hoy nos ocupa -y tiene su punto de partida
en el Seminario sobre los Nombres del Padre- este significante, el hay
de lo Uno, aparece homologado al de lalangue en el punto en el que si,
ambos, son definidos en el nivel del Uno es cortándolos de toda
ordenación. Ahora bien, de lalangue se dice -y el planteo es consistente-
que, en ella, el sentido fluye copiosamente. Se trata de un copioso fluir
que se muestra, en ese plano, consistente con la noción de hay
de lo Uno que describimos: Uno que gira en redondo sin contarse y cortado
de toda ordenación aunque, por la ausencia de orden, quede fuera
del encadenamiento propiciador de gramática y, por ende, de significación.
Se trata, sin duda, de una apuesta a una noción de sentido de carácter
duro, pensable, por qué no, a la manera de la que plantea Milner,
esto es: el sentido como efecto de verdad de un proferimiento que se separa
de sus significaciones representables y excede el material significante.
Claro que podemos preguntarnos si ambos campos, el del hay de lo Uno y
el de lalangue son en algún otro punto homologables. Podremos,
entonces, señalar un primer punto que nos ubica en el plano de
lo real puesto que, en ambos casos, se hace referencia a la dimensión
temporal de la inanticipación que es, sin duda, característica
de ese registro. Pero, además, sabemos que en este registro real,
que es el de lalangue, se ubican tanto la aptitud del cuerpo para recibir
las marcas de goce que proporciona el Otro materno, como la posibilidad
de configurar algo a partir de los avatares más o menos ritmados
del funcionamiento del cuerpo propio.
En esta dimensión de lalangue que describimos y ubicándonos,
para ello, en el origen, se nos hace concebible la posibilidad que el
infans tiene de acceder al lenguaje en el sentido más amplio, esto
es: de hacerse hablante por el acceso al lenguaje cualquiera que este
fuera.
Ahora bien, se trata, por fin, que lalangue debe dejar de escribirse porque
sólo encorsetada, domesticada, moldeada en el crisol de la lengua
garantizará el acceso a un simbólico articulado, ahora,
como una lengua en particular.
No nos referimos a otra cosa que al acceso al Uno que hay porque, si bien
se rechaza de plano la existencia de algún Uno indiviso, se entiende
que hay acceso a un Uno que constituye una verdadera ilusión de
universo -en la que el macho todo cree- que, en el plano concreto del
discurso, será encarnado por el significante amo. Tal significante,
es necesario decirlo, representa la posibilidad de existencia del lenguaje
al relevar la función de lo simbólico.
Nos referimos como se va viendo, a un Uno que debe ser concebido bajo
tres formas que se hace necesario puntualizar:
l°. Hay el Uno: lo que, como antes dijimos, se unifica constituyendo
el cuerpo del lenguaje. El se constituye en la apariencia de unidad que
permite a los hablantes la suposición de existencia de un universo
de discurso. Es importante puntualizar que esa ilusión de unidad
surge de un acto inaugural de división subjetiva y producción
de resto, cuyos efectos son objeto de una verdadera verneinung.
2°. Hay el Uno único: que, en su exterioridad, sostiene al
todismo del Uno del lenguaje. Esta forma de Uno es absolutamente asimilable
a lo que podríamos denominar función padre y, aun cuando
apenas se sostiene bajo la forma del semblante, marca, por contraste,
la dimensión de lo que falta abriendo, al mismo tiempo, la ilusión
de un goce sin esperanza.
Ocurre, con estas dos dimensiones del Uno, lo que el Lacan de L'etourdit
nos enseña: si el sujeto por el lado del hay el Uno se paratodea,
por el del Uno único, exterior a él, se thomea, se divide.
3°. Hay el Uno cualquiera: que se puede considerar como un vacío
puro. La forma que el Uno cualquiera toma es la del significante Uno tal
como se presenta en el discurso del amo donde el imperativo -el S1- pudiendo
ser cualquier significante es todos y ninguno en particular. El significante
amo, en posición de imperativo, viene, como dijimos, a relevar
la función de lo simbólico en la necesaria alternancia con
el Otro a entender, a los fines de nuestra exposición, como el
significante que lo habita: el S2.
En definitiva, es necesario el acontecimiento en el que un significante
pasa a representar al sujeto para otro significante para que de su ser
quede sólo el residuo llamado 'a'; es necesaria la instauración
de esa división significante, y de la lógica con que su
encadenamiento se produce, para que el hay de lo Uno cese de escribirse.
Claro que, aun cuando esto ocurra, lalangue es ritornello y jamás
dejará de colarse por los intersticios como emergencia de un real
que debemos, vincular necesariamente, con lo que es el verdadero campo
de inscripción del significante y la sede "natural" de
toda marca de goce, a saber: el cuerpo.
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