La Operación Escritural y los Tiempos en la Formación del Analista

FLESLER Alba


En la cuestión del fin del análisis, Lacan no propone un retorno a Freud sino un avance. Desde la roca viva de la castración freudiana abre el surco a la investigación.
Con el dispositivo del pase, se hace una apuesta para indagar la lógica que conlleva el pasaje de la posición del analizante a la del analista.
Propia de una estricta lógica analítica, la posición del analista queda suspendida a la producción necesaria de un "pas", pasaje de analizante a analista cuyo curso transita ineludiblemente por la experiencia misma del análisis personal.
Esa lógica no deja atenuantes para burocratización alguna: el analista es un producto. Si él se autoriza de sí mismo no es porque ha alcanzado unificar su perspectiva yoica sino en tanto y en cuanto ha probado el sabor profundo de su más radical escisión. Bocado no fácilmente digerible para la estructura humana, tendiente a mentalizar la dystychia que lo mal encuentra con lo real.
De esta manera, ese paso de analizante a analista, ¿podrá ser definitivo? Si así fuera, ¿a qué apuntaba sin embargo Lacan, al decir "me paso todo el tiempo haciendo el pase"? ¿Un retorno al análisis interminable?
Freud ya había advertido que un analista sólo podría conducir la cura de sus pacientes hasta el umbral alcanzado en su propio análisis.
Con sus matemas, Lacan mostró en acto el valor que la escritura alcanza para avanzar hasta los límites de lo real: lo imposible se define entonces como aquello que no cesa de no escribirse.
De la castración, roca viva, a la castración del Otro, límite litoral, el fin del análisis y "la passe", para Lacan, son una apuesta a la escritura de lo imposible que no cesa de no escribirse.

El analista es al menos dos
Si el analista es al menos dos, según el aforismo de Lacan, el que realiza su práctica y el que reflexiona sobre ella, ¿cómo se forma un analista para la práctica del psicoanálisis? ¿Cómo se aprende esta práctica?
Básicamente analizándose, pasando por la experiencia de un análisis como analizante. ¿Por qué? Porque en ella se aprehende aquello que no puede aprenderse en los libros: la experiencia del inconsciente que implica la escisión del sujeto y su relación al goce.
Por ello, el primer paso en la formación de un analista es tener confianza real en el inconsciente, convicción del inconsciente que sólo se adquiere en el pasaje por la experiencia del análisis.
A diferencia de otras clínicas, la del psicoanálisis no se aprehende por observación. El analista es parte, él mismo de la experiencia real, no un elemento exterior que observa una experiencia per se. El psicoanálisis como experiencia de discurso se configura considerando que el sujeto y el otro, aquél a quien se dirige el discurso, está intrincado en la conformación misma del discurso. Por ello el analista no se recibe con un título, él se forma.

Los tiempos en la autorización del analista
Habitualmente, aún en diferentes geografías, los jóvenes comienzan su práctica clínica al egresar de la universidad, a partir de recibir el título universitario. Salvo excepciones, todos advienen al consenso de no tomar pacientes hasta "haberse recibido", hasta haber recibido el "título". Por ese tiempo, hay quienes iniciaron ya su análisis personal y sus grupos de estudio y es entonces que suman, junto a los pacientes, la práctica del control.
¿Pero qué sucede entre ese tiempo en que el título autoriza a una práctica y aquél en que el analista se autoriza de sí mismo?
Situaré algunas coordenadas sobre una cuestión de principio, una cuestión relativa a lo que llamaré los tiempos en la autorización del analista, atendiendo al hecho que los practicantes del psicoanálisis comienzan tal práctica antes de haber concluido sus análisis.
Si el primer paso en la formación es el análisis personal, avalando el trípode freudiano para la formación del analista, ¿cuándo el analista está formado?
Es dable responder que si bien el análisis llega a su fin, la formación del analista es interminable. Hay fin de análisis pero no hay fin de la formación. La formación del analista es siempre a confirmar. El analista se confirma, cada vez que sostiene su función, cada vez que sostiene el deseo del analista, cada vez que soporta el acto analítico. Cada vez que cae el título y el saber de la profesión se va haciendo oficio, oficio que permite oficiar el análisis.
Hace unos años, en las Jornadas que organizó la Escuela Freudiana de Buenos Aires en el año 87, proponía anudar los tres mencionados, análisis personal, seminario y control, a un cuarto: la escritura. Su función: localizar el límite, escriturar la falta. Dar sitio al obstáculo, al límite real en la formación, al límite en los tres. Los tres anudados sólo hallarán eficacia borromea en el agujero que la escritura, como cuarto, podrá bordear.
Obstáculo que no es límite imaginario propio de una lógica de completud que cree alcanzar el todo si sortea tal límite. La localización a la que apela la escritura, como operación, es a ubicar el límite real, imposible, que hace de la falta ocasión de un paso más. Pasaje que torna la tarea imposible del analista en acto realizable. Atendiendo tanto a los tiempos previos como a los posteriores a la experiencia del fin del análisis.
Es en esta vía que entiendo la frase de Lacan "me paso todo el tiempo pasando el pase".
He conducido, desde hace quince años, una experiencia con grupos de analistas en formación sobre Escrituras de la Clínica. Experiencia por entonces incipiente, hoy es posible explicitar la lógica de su eficacia. Se trata de la aptitud de la operación escritural para incidir en los tiempos de la autorización del analista. Escritura que también es un acto de lectura.

La operación escritural: su estructura
¿Cuál es la estructura de un texto de la clínica?
En el texto de la clínica es posible situar una materialidad, una función y un objetivo.
La materialidad de un texto de la clínica está en la letra del analizante. Ella permite extractar por su borde, un real de la clínica, operación que hace del límite ocasión de un movimiento. La lectura de los textos en el grupo apunta a delimitar los obstáculos en el material que escribió el analista. Tantos aquellos que el caso presenta por razones de estructura, como aquellos que se suscitan en la dirección de la cura para el analista. Esa lectura se enfoca localizando ese real que la clínica presenta, ajustándose a la materialidad de la letra extractada por el analista del decir del analizante.
Desde ya, son diferenciables, aunque serán definidos en otro texto, los lugares que ocupan los integrantes del grupo en ejercicio de la escritura y la lectura, de aquél que ocupa quien conduce la experiencia.
En un primer tiempo de escritura surgen los relatos, cuya modalidad, cercana al acto de hablar, invita siempre a una palabra más. El texto como segundo tiempo de escritura, reclama un tope, una puntuación, un punto de tope al goce de la palabra.
A su vez, la función del texto ha de ser transmitir ese real, hacerlo pasar, al delimitarlo. Por último, su objetivo se dirige a hacer progresar el psicoanálisis, dar un paso más en la investigación, no retroceder ante lo real.
A partir del dispositivo del pase, pensado con el fin de hacer avanzar la investigación sobre el fin del análisis, es posible extender el interés por un dispositivo que intervenga sobre los tiempos de autorización del analista.
Ya que, si bien el analista por "autorizarse de sí mismo", no presenta de su formación certificados, sí debe en cambio dar pruebas de ella. Por esta vía, su autorización se legitima lejos del ideal de autonomía que relega el testimonio al ostracismo solitario.