El movimiento del análisis y sus concecuencias

DANA Guy


Qué le aporta al psicoanálisis el asociarlo a la idea de movimiento? Poner el acento en el movimiento del análisis, aclara los desafíos a las cuales se enfrenta actualmente el psicoanálisis? Cuál es la necesidad de extender el concepto de desplazamiento o aun, desde otra acepción, por qué hablar de movimiento antes que de fines o de finalidades del análisis?
Ahora bien, el movimiento del análisis, hace escuchar no sólo acerca del movimiento en el análisis (por ejemplo, qué es lo que una segunda vuelta aporta a la primera?), sino que este movimiento puede considerarse también fuera de la cura, en aquello que el psicoanálisis le aporta a la cultura. Este último punto interroga entonces por extensión la inscripción del psicoanálisis en el campo social, o incluso, a la inversa, reaviva la lectura -abierta por el psicoanálisis- del malestar en la civilisación.
Esta lectura, posibilitada por la apertura que Freud intentó inscribir por primera vez, plantea hoy el problema del pedido que se les hace a los psicoanalistas de dar respuesta como expertos. Esta solicitación cada vez más insistente en nuestras sociedades, ¿es compatible con la práctica del análisis, su carácter (en parte) no predecible, y los envites a la invención que supone el método analítico? Entre el psicoanalista práctico y el psicoanalista solicitado como experto, ¿no hay necesariamente una contradicción? ¿No hay también una ambigüedad en cuanto al saber que es encontrado en la cura?
Me parece necesario subrayar que entre el movimiento del análisis por venir en la práctica (y este movimiento es siempre por venir!) y el lugar un tanto reificado a donde el psicoanalista es invitado a responder, se dibuja una identidad conflictual para los psicoanalistas, una preocupación en sentido filosófico, podemos decir también un problema ético.
Subsidiariamente, se plantea como siempre la perennidad del psicoanálisis en el futuro, la manera con la cual el campo psicoanalítico se diferencia de las otras disciplinas, y su traducción hacia el público.

A partir de esto, emergen dos grandes apuestas que el tema del movimiento reune y vuelve solidarios:
En primer lugar, es necesario afirmar con fuerza que el psicoanálisis es movimiento y puede definirse como un recorrido, diríamos un viaje en la estructura, lo que recuerda la idea de Freud de una psique extensa (1) (y que nada sabe!) de la cual hay que hacer la conquista.
Viaje y conquistas condicionan también las apuestas terapéuticas de una análisis, pero de un modo general se trata también, con la idea de movimiento, de hacer valer un inconciente dinámico más que un atesorador de sentido. Este último punto me parece totalmente decisivo.
En segundo lugar, la puesta en movimiento de la psique constituye en sí una separación radical de toda forma de peritaje o de psicología, y plantea el problema del saber del psicoanalista y del lugar que los psicoanalistas ocupan en los debates de ideas de nuestro tiempo, particualrmente del pedido que se les dirige de ocupar una posición de expertos.
Más precisamente, si el movimiento en el análisis gira alrededor de lo real y da razón a la idea de un saber-hacer, el movimiento del análisis tal como es percibido fuera de la práctica, hace más bien intervenir la categoría de lo simbólico del cual el psicoanalista deviene, me parece, abusivamente el garante.

Frente a estas dificultades (relativas) y al entendimiento sensiblemente diferente entre la noción de movimiento en el análisis y fuera del análisis, podemos servirnos de una definición general erigida en principio de Jean-Marc Levy-Leblond, para cernir la especificidad científica de una disciplina: "Si se quiere de todos modos encontrar una definición general de la noción de ciencia, distinguiendo el conocimiento científico de otros modos de conocimiento, sin duda se la encontrará en el trabajo de restricción permanente y sistemático que le permite a un saber científico constituirse y reforzarse"(2) . Sin entrar en el debate -a partir de aqui bien constituido- sobre la cuestión de saber si el psicoanálisis es una ciencia, podemos contentarnos con aplicar el método que propone Levy-Leblond a las preguntas planteadas a propósito del movimiento. Es, pues, un trabajo de restricción el que debemos llevar a cabo.

DE UNA CONQUISTA.

Es la transferencia la que permite vectorizar el movimiento del análisis; igualmente decimos que es gracias a esta vectorización que una clínica analítica comienza a ser pensable y puede construirse. La particularidad de la clínica analítica es precisamente la de estar intrínsecamente ligada a los movimintos psíquicos, ya sea que estos movimientos estén ligados a la operación de la transferencia (donde el analista, inluido en el proceso, participa en el movimiento!) o a las múltiples disposiciones posibles en función de la clínica entre sujeto, objeto, Otro...; la categorización operada por Lacan en el campo del lenguaje permite formalizar aqui el entendimiento.
Es a partir de esta categorización que el lenguaje se convierte en la apuesta de una travesía que va a efectuarse en la lengua común de cada analisante.
Viaje en la estructura! Esta concepción del análisis no es sin consecuencias, en tanto el sujeto es puesto a prueba de inventar él mismo una salida a partir de lo que él atraviesa. La hipótesis de un nuevo sujeto se apoya sobre este atravesamiento. Desde ese momento, con el wo es war, soll ich werden(3), ya no se trata de validar la conquista del es por el Moi sino de insistir más bien sobre la transformación del es que se opera en el síntoma o en el fantasma a partir del trabajo analítico. El je que adviene entonces (lo que Lacan designa como sujeto nuevo) es la consecuencia del trabajo que se opera en la cura en función del deseo del psicoanalista. El Moi no tiene sino poco que hacer en lo descripto, en tanto se trata de la conquista de otra posición subjetiva que transforma la primer economía del es. Podemos decir además que con esta operación la sexualidad es menos anónima, también un poco menos somática. Por otro lado, hay para cada sujeto una obra civilizadora, en el sentido que en la movilización del es hacia el ich se trata de una operación discursiva bruta que hace advenir la enunciación para cada uno. Se trata entonces de una obra civilizadora en sí misma y no de una obra civilizadora para el mundo (con lo que no puede confundirse el proyecto de una análisis); es esta diferenciación la que me parece que es muy importante de respetar en los pedidos de los que los analistas son el blanco.

SENTIDO Y SABER.

En relación con el primer punto en el que está en juego la concepción de un inconciente dinámico, nos es necesario ahora retomar la cuestión del sentido, cuestión que asedia al psicoanálisis a partir de la Traumdeutung(4). Con las formaciones del inconciente Freud liga la cuestión del sentido al deseo inconciente y no se priva, es necesario subrayarlo, de dar sentido a lo que él escucha. Pero es claro que si el psicoanálisis debía contentarse con ajustarse masivamente a la cuestión del sentido, el segundo punto que intentamos desarrollar, es decir el riesgo de ser solicitado al lugar de experto, encontraría por desgracia rápidamente dónde apoyarse. El psicoanalista deviene nuevamente aquel que sabe dar la justa interpretación y que comunica a su paciente el sentido oculto de sus sueños, síntomas, etc.; a sus pacientes o... a la sociedad que lo invita a dar su parecer aquí o allá, sobre cuestiones que hoy son decisivas para la comunidad.
Es necesario ser extremadamente prudente en el manejo del sentido o del saber y dejar jugar, como lo hacía el mismo Freud, la articulación significante, el doble sentido de las palabras o aun el sinsentido, aunque esto ya es avanzar en la lectura que Lacan hace del psicoanálisis. Tal como lo hace notar Marcel Ritter(5), es sobre el material verbal que recaía la escucha de Freud, quien jamás dejaba de atraer la atención sobre el soble sentido de una palabra. "Así en el hombre de las ratas el significante "dick" en su doble resonancia permite elucidar un síntoma, el de correr en pleno calor del medio día con el fin aparente de adelgazar". La duplicidad de sentido abre un nuevo entendimiento. Es así que el análisis no consiste solamente en restituir el sentido sino en hacer que el paciente mismo se las vea con esta duplicidad. Que el Otro sea tramposo y que el lenguaje sea el material con el cual se trabaja el psicoanálisis, es la aproximación mínima de lo que es la estructura, lenguaje para Lacan donde se precisa la idea de un viaje que lo atraviese.
Es a partir de 1953 que Lacan va a subvertir y retomar la concepción de la interpretación separándola, un poco más de lo que lo había hecho Freud, del sentido. "Campo y función de la palabra y del lenguaje en psicoanálisis"(6), luego "Variante de la cura tipo"(7) , permiten salir de una concepción de inconciente estático asiento de un sentido oculto y de un sujeto constituido, para hacer valer por el contrario un inconciente dinámico donde el sujeto está en movimiento, representado por delegación de un significante a otro. El saber del psicoanalista se encuentra desde entonces descentrado por la función constitutiva del inconciente, en la medida de la progresión de la cura y del movimiento que se dibuja de un sujeto siempre venidero, un furet(8)como se ha dicho. En este contexto, se trata menos de dar sentido que de hacer surgir un sentido nuevo, quizás pura sorpresa, sésamo en la estructura.
Del mismo modo, cuando en 1964 Lacan va a dar otra definición del sujeto a partir del fantasma(9) , la apuesta que se dibuja es la de obtener una nueva posición subjetiva a partir del desmontaje del fantasma, e incluso de su atravesamiento. El cambio subjetivo esperado puede ser considerado también como movimiento, en la medida en que inaugura otra posición psíquica que puede ser el preludio de otras posiciones subjetivas inéditas para el sujeto. Este movimiento debe ser concebido como aprendizaje de lo real, vacío a producir como obra, a distancia esta vez de todo sentido particular; su progresión dibuja un movimiento concéntrico donde poco a poco el objeto a insiste como realidad psíquica introduciendo de hecho un principio de inadecuación.

LA IDENTIDAD CONFLICTUAL DEL PSICOANALISTA.

Es así que el psicoanálisis no puede prejuzgar por adelantado de sus efectos, avanzando de forma metódica. El psicoanalista es prisionero o más bien contable en su ética de una posición más compleja de lo que parece en relación al saber. En efecto, su posición procede de la aleación singular entre:
- un saber formal a la vez teórico y clínico, que comporta elementos de doctrina que lo relaciona al campo social y convoca la categoría de lo simbólico;
- y un saber a inventar, radicalmente nuevo, en realidad no-saber, no comportando ningún vocablo prestablecido propio, al modo en que la cuestión del sujeto se descubre en el análisis. Podemos pensar que este no-saber segundo producido por la travesía analítica lleva en él las modalidades de la cura analítica y recubre o más bien subvierte el saber primero; este saber produce un movimiento que gira en torno de lo real.
A partir de allí, podemos avanzar la idea de una identidad conflictual del psicoanalista que no puede, sin precaución, responder a las preguntas que le vienen del campo social (¿las parejas de homosexuales pueden convertirse en padres?, ¿debe ser estimulada la clonación con fines terapéuticos?, ¿qué piensan los psicoanalistas de la despenalización de las drogas suaves?, etc.)
Por una parte, el psicoanalista no puede responder reenviando en boomerang su pregunta a aquel que la plantea. Por otra parte, tampoco puede ocupar el lugar del experto, de aquel que sabe sin otra forma de distancia. No le queda otra cosa, me parece, que acompañar la pregunta que le es planteada, asociando el interlocutor en la misma implicación que él mismo experimenta. Podríamos decir aquí que se trata de hacer causa común invitando al interlocutor en un movimiento en el que la conclusión queda por escribirse. No es necesario que la causa común sea enunciada; se trata evidentemente de la implicación en el lenguaje al cual todo humano está sujeto, y del relevo indispensable que constituye el Otro en tanto que instancia simbólica. Me parece que los analistas tienen que defender una instancia simbólica que una vez por todas no sea reificada, de modo que pueda religarse al mundo de la cultura en el sentido más extenso, es decir en el sentido freudiano de Kulturarbeit. Lo que reenvía también a no cortarse sistemáticamente de la modernidad y de la evolución de las costumbres.

Este relevo indispensable, esta terceridad en acto, es lo que la modernidad actual arruina quizás corto-circuitando la elaboración que de eso resulta. Los analistas no tienen que condenar ni sostener los avances más recientes de la ciencia, pero que estos avances sean conductas sin ningún comentario, que el Otro del discurso sea de algún modo ganado de mano, es como un daño que llama a la reparación. ¿Bajo qué modo los niños de esta modernidad se expresarán si la palabra, el discurso del comentario no hacen borde, si no contienen (en el sentido de un continente) una modernidad sin rodeos librada sólo a la racionalidad del acto? Pero al mismo tiempo, los psicoanalistas no tienen una concepción del mundo para ofrecer al otro, la certeza sobre la cual ellos pueden avanzar procede de la dimensión del inconciente de su realidad. Ahora bien, el inconciente no es gobernable, no más que el es; dicho de otro modo, el Moi no gobierna el ça y la obra civilizadora es a inventar para cada uno a partir del es, es necesario pues ser prudente sobre los consejos civilizadores a esperar de los psicoanalistas.
Aquello que los psicoanalistas saben es que la palabra que viene del Otro sustenta una deuda que es necesario a la vez franquear (condición de una libertad en la estructura), y al mismo tiempo medir lo infranqueable para ligarla a la dimensión tercera de lo simbólico. Enlazando la problemática singular de la deuda, propia a cada uno, a la regulación común del tercero, el psicoanalista participa a su manera de la comunidad social. Él no sabe sino que el lazo social está hecho de desconocimiento sobre la inadecuación fundamental del hombre al otro o del hombre a sus objetos; persiste entonces el malestar.

 

  1. Freud, S., Résultats, idées, problèmes, PUF, tome 2, p.288.
  2. Levy-Leblond (J.M.), "Des sciences a-sociales et inhumaines?" dans La Pierre de touche, la science à l´épreuve, Gallimard, Paris, "Folio essai", 1996, p.134.
  3. Freud, S., Nouvvelles Conférences d´introduction à la psychanalyse, Paris, Gallimard, 1989, p.110.
  4. Freud, S., L´interprétation des rêves, PUF, Paris, 1978.
  5. Ritter, M., "Autour de la question de la interprétation", dans La direction de la cure depuis Lacan, Point Hors Ligne, Paris, 1994, p.91.
  6. Lacan, J., Ecrits, Seuil, Paris, 1966.
  7. Lacan, J., op.cit., p. 323-362.
  8. N. del T.: furet en el original en francés. Furet puede pensarse aqui en sus dos acepciones, por un lado es un pequeño animal (hurón), que escudriña por todos lados para descubrir cosas ocultas o secretas; y por otro lado, como el juego de sociedad, en el cual los jugadores hacen pasar un anillo alrededor de una cuerda, ocultándolo, mientras que uno de ellos, situado en el medio, debe descubrirlo.
  9. Lacan, J., Le Séminaire, Livre XI, Les quatre concepts fondamentaux de la psychanalyse, Seuil, Paris, 1973.


Traducción del francés: Carina Basualdo.