EL INCONCIENTE Y LOS TIEMPOS DEL ANALISIS

ALDERETE de WESKAMP Mariel

 

El Inconciente, en su decir, produce su escritura.

Es mi hipotesis que esta escritura toma diversas formas según los tiempos del análisis.

En el comienzo del análisis, las Formaciones del Inconciente se producen para ser leídas, ofrecidas como un enigma para su interpretación.

El trabajo del análisis, en sus sucesivas vueltas, permitirá que la Formaciones del Inconciente ya no sean un enigma, sino que transparenten el deseo.

He podido comprobar que al final del análisis, y más aun en el testimonio del pasante, aparecen sueños de una consistencia particular.

En ellos no hay texto ni argumento: solo formas. Estas formas a veces son reconocidas en el sueño; otras, solo al despertar.

Adquieren significación al ser enunciadas, y producen el efecto de una Epifanía.

Estas formas permitirán el acceso a la experiencia de la letra en el Inconciente.

Letra que deja entrever la traza.

Para mostrar lo que intento decir, comenzaré con un fragmento en el que aparece el relato de un sueño y de sus asociaciones.

El sueño adviene en el análisis "de una joven mujer, quien cumple su rol de madre y esposa, como si representara una escena, un papel asignado desde afuera.

Su protesta se resume en: hay tantas cosas que los hombres pueden hacer y yo no!

No puede encontrar un punto de anclaje en esto de ser mujer.

Comienza un re-análisis con una analista. Muy rápidamente, encuentra una forma del cuerpo de su analista que le resulta familiar: es como el de una mujer de su familia. Esto precipita en ella una relación tal en la transferencia que re-edita la forma del vínculo pre-edípico con su madre.

Advertida de esta situación, relata un sueño.

En el contenido manifiesto, que tiene desarrollo argumental, aparece un elemento: una manta. La manta cubre o no cubre su cuerpo, dejándola desnuda y sin protección, expuesta a la mirada de los otros.

Asocia: Esa manta le fue regalada por su padre, con quien la unía un gran amor. Cuando ella la vestía, sentía un gran placer; uniendo esto a un gesto que la conquistó de su actual marido, ser cubierta por una manta.

En realidad fue su madre quien le indicó tal gesto, mostrándole que con ese hombre podría estar bien... cubierta.

Su madre, quien había tenido un primer novio provisto de un cierto brillo social y económico que su padre no poseía.

Tal novio se llamaba igual que su marido, ahora lo percibía.

Ella creía que su madre amaba más a su propio padre que al padre de la analizante.

En el curso de tales asociaciones, se da cuenta de que el nombre de su abuelo, el nombre del primer novio de la madre, el nombre del hermano de su madre y el nombre de su marido tenían letras que pertenecían al final del abecedario: X, R, S, W, V letras que para ella estaban en un confuso montón, y que le era imposible enunciar ordenadamente.

Descubrió allí que el segundo apellido de su padre también portaba una de ellas, la Z, la que está al final del alfabeto.

Tales asociaciones le llevaron a reconocer a su madre deseante, deseante de su padre, con quien se había casado por amor.

De ese gran vientre, tesoro de los significantes, oscuridad del cuerpo de la madre, obstáculo al reconocimiento del objeto de deseo, apareció un orden, que ordenando las letras, permitió la circulación del deseo, y la posibilidad de reconocer las marcas identificatorias.

El tesoro de significantes devino tesoro de inscritura. Inscritura es un término que acuñé para designar aquella inscripción que hace escritura".

Continúo con las reflexiones que me produjo el transcurso de ese análisis:

Esa formación del inconciente —el sueño relatado— abrió el paso, en su despliegue, a que las letras de los nombres de tres generaciones, jugando con nombres, apellidos y múltiples combinaciones, marcara el orden exacto de la metáfora paterna.

La operación permitió que el nombre propio fuera reconocido como aquel con que se designa el lugar en el deseo del Otro, cumpliendo así su función de sutura.

Las vueltas del análisis, repasadas en el Pase, hicieron posible que el nombre propio se fragmentara en partículas, transformándose en varios nombres comunes.

Esta transformación fue intermediada por la aparición de un extraño sueño.

Sueño que, utilizando la escritura del inconciente se revela sólo como forma, que se recorta sobre un fondo nítido y de colores.

Forma enigmática, imprecisa, que no causa angustia y permite seguir durmiendo.

Al despertar, es nombrada como un objeto común.

Al ponerle nombre, entra en la cadena significante.

La cadena, en su desplazamiento, usa el significante y la forma para permitir el movimiento que hace metáfora y se torna otro nombre.

Al decir el nuevo nombre, adviene significación.

Entre un nombre y el otro, entre un objeto y el otro, la metáfora indicaba el punto en el cual se habían resumido años de vida, años de análisis, operaciones importantes, líneas significantes.

Parecía como si un elemento, al abrirse, al desplegarse, al cambiar de forma entreabría, hasta el fondo de la primera infancia, la historia que la signaba y lo que con ello había podido hacer.

La claridad de la Epifanía, revelación de la Real, había producido un instante de deslumbramiento.

Ese objeto del sueño fue cambiando de forma paulatina en el siguiente tiempo.

Formas que insistieron hasta que guiando la mano dibujaron una letra, la letra E mayúscula.

La letra, al ser dibujo, transparentaba la traza, retomaba las primeras marcas —aquellas del fantasma— y permitía, ahora sí, jugar con ella e ir tomando diversas formas.

Formas que eran trozos de Real, y aparecían ligadas al Inconciente.

Fueron estas formas las que dibujaron, en una experiencia casi onírica, la forma de la letra "Y" (i griega).

Esta letra apareció dibujada al desprenderse de la imagen fantasmática.

Al mismo tiempo partió el nombre propio en dos nombres comunes.

Y quedó como resto.

Ese resto, la letra "Y" (i griega), era la que faltaba —según las asociaciones del primer sueño— del orden de las ultimas letras del alfabeto.

La "Y", que separa y une, apareció como traza, dividiendo, separando, quitando consistencia, mostrando las posiciones fantasmáticas, y la singularidad de los significantes que tramaban ese cuerpo.

"Y", que permite su lectura como letra,

"Y", que permitió su dibujo, prestando su forma,

"Y", que cambió la fonetización del nombre, transformándolo en algunos nombres comunes.

De esa manera permitió, porque ya lo había hecho, mostrar hebras de aquel nudo que se había armado y vuelto a armar de otra manera.

En aquel nudo en el que se tejía nombre propio, síntoma tejido por los significantes enlazados con el deseo y Nombre-del-Padre, el sinthome propició un nuevo aprovechamiento de las marcas, la exploración de nuevos mundos.

A modo de conclusión:

En el primer sueño, la letra esta unida al significante y al sentido que adviene en las asociaciones.

En el segundo sueño, un trozo de Real, al ser nombrado, produce un momento epifánico.

Ese momento, al decir, produce escritura, que es forma y dibujo de la letra.

Letra que adviene solo como traza.